Vidas cruzadas











Marianna Vladimirovna Werefkin fue una pintora rusa nacida en 1860. Inició sus estudios con Ilya Repin, un reconocido pintor realista que solía frecuentar Abramtsevo, un lugar mágico impulsado por Sava Ivanovich Mamontov, empresario y mecenas que desde su juventud demostró tener una gran sensibilidad artística.

Abramtsevo está ubicado en las afueras de Moscú y hoy por hoy es un museo que inmortaliza la vida activa que solía desenvolverse en esa colonia que albergaba grandes talentos dedicados al ejercicio del arte en la mayoría de sus formas. Fue allí donde tuvo lugar la primera ópera privada rusa y donde dio sus primeros pasos el mismísimo Chaliapin.

Repin perteneció a un círculo importante de pintores tales como Vasnetsov, Vrubel y Serov que fueron parte importante de la vida en Abramtsevo y del aporte de identidad y realismo que tuvo el arte ruso del Siglo IXX.

En 1892 Marianna Werefkin conoce a A. von Jawlensky e inmediatamente después a Vasily Kandinsky, otros dos artistas rusos con quienes compartiría su inclinación por el expresionismo.

Muchos años más tarde, más precisamente en 1952, Tatiana Petrovna Werefkin, descendiente de Marianna y Sava Andreevich Mamontov, descendiente de aquel Mamontov patrono de las artes, contraen matrimonio en Buenos Aires y tienen tres hijos. El mayor de ellos es mi padre.

Hay familias que se cruzan y entrecruzan. Algunos misteriosos vientos sacuden las ramas de sus árboles genealógicos para rozarse durante varias generaciones. Mi familia es una de ellas. Y este fue sólo un capítulo, perdón, un ejemplo.

Les dejo una foto de la casa principal de Abramtsevo, un autorretrato vibrante de Marianna Werefkin, un clásico de Kandinsky y un retrato de Sava I. Mamontov pintado por Repin, como símbolo de lo escrito y para recrear un poco la vista.

Aureola


Disfruto del hallazgo de lo perfecto en lo imperfecto y viceversa. Es como reparar en las arrugas que rodean los ojos en plena carcajada.

Es algo así como la inspiración que proviene del dolor o como el sueño profundo que surge del agotamiento. Un ingrediente efímero que brota en todos los momentos cruciales, la reconciliación después de la discusión, la lluvia intensa cuando no hay que salir de casa, la música vibrante de una palabra impronunciable o la aureola que parece arruinarlo todo para luego develar una belleza inesperada.