San Isidro es de los gatos


Después de un azaroso y exhaustivo estudio, basado en las observaciones espontáneas de mis paseos, me doy el gusto de afirmar lo que ya intuía: San Isidro es de los gatos. Si bien parece una afirmación más poética que científica, los invito a mirar de reojo donde nunca miran y a detenerse donde nunca se detienen.

En cada casa, balcón, plaza y vereda hay rastros de los pasadizos que utilizan para desplazarse. Hay huecos en las junglas de de los jardines y en los cercos podados. Hay espacios camaleónicos, que usan para atalayar la cotidianeidad bajo el sol, que les brinda la cuota necesaria de modorra para merodear entre la realidad y los sueños.

Los felinos disfrutan de aquellos sitios recónditos que guardan las enredaderas; murallas vivientes y frondosas que los camuflan de toda posible invasión. Los movimientos elegantes de sus colas, son capaces de captar la mirada de un niño e hipnotizarlo a través de un encantamiento que pone en ejercicio el sentido visual por encima de cualquier otro. Sólo ellos poseen la capacidad de improvisar esos conjuros y obtener un efecto inmediato.

A primera vista, pareciera que San Isidro le pertenece a los árboles. El logo municipal del 300 aniversario y la evidente concentración de verdes respaldaría esta teoría. También podría suponerse que le pertenece a los perros. Los reiterados deshechos que minan el espacio público son prueba directa de ello. Marcan su territorio a lo grande, mediano y pequeño en gran parte también por nuestra culpa, pero esto además demuestra que no conocen los rincones que habitan esos seres fabulosos y serenos de mirada profunda que los miran pasar a lo lejos.

Por eso, señores, señoras, niños y niñas, lo reitero nuevamente y con seguridad. Contrariamente a lo que creemos, este barrio está muy lejos de pertenecernos. Nosotros simplemente no lo cuidamos ni sabemos como vivirlo dignamente. Lo ensuciamos cada vez que podemos, no nos detenemos a admirarlo y sobre todo a mimarlo como se merece. Es evidente que no le pertenece a los perros, ni a los árboles variados que lo observan desde la quietud silenciosa, ni a las palomas glotonas que se concentran en las plazas, ni a las flores pulcras que adornan los balcones y los frentes de las casas.

San Isidro se identifica con la astucia felina y con su eterno estado de alerta disfrazado de siesta. Los gatos lo conocen al milímetro de sus finos bigotes, desde su vida doméstica y desde su faceta salvaje e intacta. Y esto abarca tanto a los callejeros huesudos de pelo estropeado como los de fina estampa, pelaje envidiable y vivienda reluciente. Todos ellos están al tanto de las alturas y pasadizos que han recorrido alguna vez con sus garras. Todos ellos son dueños y señores indiscutidos de este lugar.